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Posted by : Unknown 30 junio 2013




–Alphonse Elric. Al contrario de lo que pueda parecer, no es él quien da título a la serie.


Es una verdadera lástima que aquel forero anónimo que me recomendó tan encarecidamente esta serie nunca sepa lo inmensamente agradecido que le estaré siempre por, prácticamente, obligarme a visionar los sesenta y cuatro capítulos que componen la mágica epopeya de estos dos hermanos huérfanos que buscan desesperadamente la forma de recuperar sus cuerpos.

Edward y Alphonse Elric. Protagonistas.
Antes de continuar, me veo obligado a aclarar que si bien existen dos series tituladas Fullmetal Alchemist es de la estrenada en el año 2010 a la que estoy aludiendo. Esta es una adaptación fidelísima de la novela visual y no un shonen más como su hermana bastarda del 2001, la cual fue sacada a la luz antes de que la autora terminase la historia, con el consecuente destrozo argumental de la trama original a manos de los guionistas.

La sinopsis de la historia no es larga de contar. Lo que nos viene a descubrir Fullmetal Alchemist: Brotherhood –a menudo abreviado FMA tan solo– toma lugar en un mundo estéticamente similar al que poblaban nuestros bisabuelos, esto es, de finales del siglo XIX o de principios del XX, el cual se diferencia del nuestro en que la ciencia tal y como la conocemos no existe, sino que ha sido sustituida por la ejecución de la alquimia, un conjunto enseñanzas rituales a modo de conjuro a través de los cuales se puede hacer, en teoría, realidad cualquier sueño con solo trazar a tiza en el suelo uno de los llamados círculos de transmutación y concentrarse en la alteración que vas a cometer. ¿Os imagináis construir un muñeco de nieve con solo trazar en una superficie helada uno de esos círculos? ¿Y valdría esta habilidad para poner a punto el coche? Rotundamente sí, desde para cambiarle la pintura hasta para arreglar el espejo retrovisor que algún niñato nos ha roto de una patada. Este sería un mundo de ensueño en el que cada uno de nosotros sería un Dios en potencia.

Antoine Lavoisier: alquimista francés.
Pues resulta que no, que los rudimentos de la alquimia son extremadamente complejos y que, por supuesto, atiende a una regla absoluta:
  1. La equivalencia. Hace ya unos cuantos años estableció Lavoisier: "La energía ni se crea ni se destruye, se transforma". Esta viene a ser el principio supremo de la alquimia. Para recibir cualquier cosa has de pagar a cambio un precio equivalente a su valor. En otras palabras: no se puede crear a partir de la nada. Como alquimista te será posible forjar una espada si tienes hierro a mano, levantar un muro de piedra si estás en la montaña o edificar un castillo de arena en la playa, pero desde luego no hacer brotar un riachuelo de la nada.
Las lecciones valiosas se aprenden con dolor, y si no que se lo digan a nuestros protagonistas Edward y Alphonse, quienes perdieron a su madre a muy temprana edad y en ausencia de su padre se creyeron lo suficientemente eruditos como para devolverla a la vida, algo impensable hasta para los más versados, lo que terminó con la pérdida del cuerpo de Alphonse –que en el último instante pudo ser atado a una armadura de metal por su hermano mayor– y la pierna y el brazo de Edward. El rumor corrió como la pólvora y los militares acudieron a contratar al mayor de los Elric como alquimista nacional, una especie de cuerpo de élite del ejército, con la promesa de que a su lado les sería más fácil encontrar la Piedra Filosofal, un elemento casi exclusivamente mitológico que permite burlar la regla. Os preguntaréis de dónde viene el título de la serie si no es por Alphonse; pues bien, esto se debe a que cada alquimista tiene un apodo y Edward no iba a ser menos, así que atendiendo a las prótesis metálicas marca Rockbell de su pierna y brazo el generalísimo King Bradley lo bautizó con el sobrenombre de Alquimista de Acero.

Scar


Círculo de transmutación.
Paralelamente a su empresa personal los dos hermanos le seguirán el rastro al implacable Scar, diestro asesino que se ha propuesto vengar a ultranza la masacre que el cuerpo de alquimistas estatales perpetró contra su piadoso pueblo quince años antes del arranque de la historia con el propósito de extinguir su raza. Pero este no será ni mucho menos su único antagonista. Si existiese un objeto capaz de darte el poder de un Dios es lógico pensar que habrá hordas de interesados en su origen. Este lo conocen los Homúnculos, criaturas diabólicas al servicio del misterioso Padre que les pondrán todas las trabas de las que serán capaces con tal de que no hallen jamás la receta de tan codiciado elemento y su modo de empleo. La serie avanzará conforme los dos muchachos vayan descubriendo las conexiones de estos seres perversos con multitud de sucesos trágicos acaecidos en el pasado y, apoyados por algunos altos mandos de las Fuerzas Armadas de la Región Central.

En mi humilde opinión, las escenas de acción lejos de niñerías son atroces y las emotivas sencillamente épicas. En concreto me vienen a la mente cuatro, aunque los sesenta y cuatro episodios están sazonados de ellas. Las técnicas de animación, depuradas. La banda sonora, a cargo del compositor Akira Senju, sublime. Prima el entretenimiento por encima de todo, pero aun así los ardides que va tejiendo el inclasificable coro de personajes resultan sorprendentes. Ciertas bromas se convierten en gags recurrentes que, de una manera u otra, no pierden su frescura. Si tuviera que resaltar un aspecto especialmente positivo me quedaría con el elenco de personajes, por la solidez de su pasado y la capacidad de introducirlos en el momento acertado, encumbrándolos a la categoría de imprescindibles en algún momento de la trama sin llegar a solapar a los chicos de oro. ¿Y lo peor? Sinceramente, no se me ocurre nada. Ha sobrepasado con creces mis expectativas, aunque ha de constar que al principio era reticente y por eso quizá no fuera demasiado difícil subir el listón.

Me despido con la tercera intro, mi favorita.





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